lunes, 30 de mayo de 2011

el Hombre Solo rumbo al Templo de la Cosa



El consejo de siempre doblar
a la izquierda me recordó
que tal era el procedimiento común
para descubrir el patio central
de ciertos laberintos.
Borges







Es que hubo un momento en que realmente amaba la vida en la metrópoli.

De verdad.

Esa sensación de soledad inmóvil que se llevaba de paseo entre árboles postizos y casas hechas pedazos, escombros y ruinas provisorios que las empresas devolvían en tiempo record bajo la forma de inmensos prefabricados aún más provisorios, que pronto se volvían otras ruinas y más escombros listos para ser nuevamente substituidos, y así ad infinitum, una vida entera trasladándose sin sonrisa desde la escalera móvil y el cemento alisado hasta los cubos blancos, templos de esa cosa que en tiempos remotos se había llamado “arte” y que ahora había vuelto a llamarse
cosa solamente.

El Hombre Solo era una víctima de la cosidad y de más horrores que comparten ciertos prefijos y sufijos ( -tura, -ismo, etc.) además de algunos objetos dudosos y siniestros, como las escaleras móviles que bajan, imprescindibles hoy que el abandono del cuerpo a la gravedad nos horroriza, hoy que la cirugía estética y los cohetes tienen el mismo peso en la cosmopolítica.

Hoy que todo se ha vuelto metáfora.
Y las metáforas nos anestesian.
Las metáforas nos miran, nos remplazan.

Pensaba en todo esto, el Hombre Solo, y caminaba hacia el Templo de la Cosa maldiciendo la lluvia silenciosa y fina, la lluvia minimal que no moja ni hace ruido y por esto le resulta tan molesta. Porque no existe pero sí, porque es una ausencia rara, de esas breves faltas que ocupan un hueco de aire y dejan un vacío relativo, un espacio enigmático. (Ahora la lluvia también se llama
cosa).

El Hombre Solo, como otros, como todos, terminará llamando
cosa todas las cosas que puedan intentar llenar un potencial vacío creando una ausencia. El amor – también – pronto será la Cosa, mereciéndose la mayúscula por todos esos cosistas que se han cortado las venas en su nombre, en un pasado no muy lejano.

Llegado a este punto, el Hombre Solo piensa “mierda, estoy solo.” y baja la mirada – pero el desconcierto dura el tiempo de una sinapsis, dos neuronas chocan y el Hombre Solo vuelve a levantar su mentón orgulloso de ser solo. Se repite que es solo porque quiere, solo porque ha decidido serlo, y es la verdad (el Hombre Solo ha razonablemente perdido su capacidad de mentir a sí mismo), pero a veces – inexplicablemente - la soledad se convierte en una verdad lamentable. (Esto ocurre sobre todo con la lluvia.)

Por supuesto, piensa el Hombre Solo, también es verdad que se trata de una de esas decisiones que se autogeneran con enigmática cooperación entre sí mismos y ciertos eventos externos - cada vez más caóticos –, algo como un tumor o una mudanza al País Extranjero después de haber recibido una beca o una propuesta de trabajo irrenunciable, cosas así, uno no lo piensa mucho, se sube al avión con una maleta cuatro-estaciones y la abandona en algún rincón del nuevo apartamento anónimo esperando la decisión siguiente o, si prefieren, la próxima oportunidad cancerígena.

Y por todas estas razones el Hombre Solo entra en el Templo de la Cosa: necesita un estímulo audiovisual en un lugar aséptico. Se sienta en un incómodo banco de plástico blanco y clava la mirada en la pantalla. Ahí está un paisaje inmóvil, verde, muchos árboles y un lago, pura amenidad de montaña donde el único ruido es el de algunos pájaros invisibles y el único detalle devastador es esa lluvia perpetua de meteoritos lentos, que precipitan como la nieve pero en llamas, y no caen en ningún lado. Por eso lo hacen en silencio. Qué harán los pájaros? (Et voilà, ya se convirtieron en cosas.)

Este paisaje lo mira.
Siempre son los detalles, los elementos devastadores.
Silencio.
Qué cosa, che.

El Hombre Solo se queda inmóvil por unos segundos o unas horas, quién sabe medir el tiempo en el Templo de la Cosa, y durante ese tiempo vive ahí adentro, se ha mudado en la pantalla gigante llevándose todas sus versiones de sí mismo y todos sus vacíos sin horror (todavía.)

Cuando se levanta le duele el culo, c
laramente.

Vuelve a caminar por ese laberinto blanco sin prestar mucha atención, porque es un laberinto fácil, y tal vez la salida se encuentre girando siempre a la izquierda... pero justo ahí se topa con la Cosa.
Otra Cosa.

Todas sus tragedias se reconocen muy de lejos, por como caminan.
Y ahora es aún más solo.

Evidentemente, debe haber confundido las direcciones porque se ha vuelto a perder, como era predecible, en una línea recta.


lunes, 16 de mayo de 2011

Inmunes al mundo

scuoti i tuoi angeli drogati Fausto

stasera ce ne andremo in giro
 per le vie del centro 

allegri come vecchi bonzi ubriachi

consapevoli che il peso del mondo è un peso d’amore

troppo puro da sopportare
Massimo Volume

caminando,
recogían caracoles luminosos
encontrando cada vez el más bello.

(cada paso más
un recuerdo menos)

las observaba, elaborando una amarga consideración
sobre la condición humana

pero envidié su rigor,
y la manera mórbida en la que hablaban de amor
las reinas decepcionadas por los amantes infieles.

domingo, 8 de mayo de 2011

cuarto sin ventana

Lo cierto es que vivimos
postergando todo lo postergable.
Borges

Vivía en una habitación sin ventana. Entonces la mañana no le llegaba de verdad y era arduo despertarse, adivinar el clima afuera. Pero, como ocurre con cada forma de ceguera, con el tiempo uno afina otras capacidades para compensar la falta. Así, el tipo entrena y entrena su intuición mañana tras mañana, hasta despertarse un día y – sin mirar - saber lo que pasa en el mundo más allá de sus paredes. Cuando presiente la lluvia sabe que no vale la pena levantarse, ni salir de casa para mojarse y entristecerse, y se queda donde está, esperando. Pero un día se despierta y hay sol, lo sabe, igual la duda se ha insinuado en su cuarto como la línea de luz incierta que filtra por debajo de su puerta y para evitar que las averiguaciones lo decepcionen se queda donde está, esperando.