martes, 4 de enero de 2011

cuanta belleza y cuanto horror en un milímetro de tiempo

Desde hace años tengo el mismo sueño. Aparece cuando la vigilia deja de ser consciente pero aún nos mantiene ahí flotando (¿pero donde, como?) en una de esas dimensiones intermedias entre 0 y 1, la tierra de las epifanías donde todo es tan claro que al despertar habrá que fabricarse un olvido provisorio para seguir buscando, seguir queriendo, seguir viviendo.

Y de repente la caída.

Un vuelo de treinta metros sin aterrizar, el loop de un descenso y otro para volver a subir y bajar de nuevo en otras oscuridades siempre sin ruido, sin imágenes, sin aire pero sobre todo sin nunca aplastarse en el suelo (y la sospecha de que tampoco haya un suelo donde aplastarse.) Es tan solo la percepción de una bajada rápida, algo como ese vacío en el estomago propio del amor y los aviones, pero dura el tiempo suficiente para darse cuenta de qué está pasando y luego el despertarse es inmediato, abrupto.

“Será porque la libertad es un movimiento torpe”, me dijo alguien una vez.

Ciertas noches tengo mucho miedo, otras simplemente no me importa (entonces el miedo desaparece). Al comienzo de cada repetición me pregunto como será el final - mirá que el loop es una manera bastante fiel de reincidir - y sin embargo cada caída es una duda, una espera, una metáfora barata o un estribillo, vieni a vedere l'avanzata dei deserti, la dedicación total para construir máquinas que muevan hojas muertas imperceptiblemente, con me non devi essere niente, inútilmente.