miércoles, 26 de enero de 2011

logos implacable

A veces la conciencia del error no tiene alternativas. Ahora que sabemos que solo hay que esperar (o que nos hemos convertidos en esperadores, by Vila-Matas) ¿en qué se habrá convertido la espera? En una pista de aterrizaje o en ese olor que tienen los aeropuertos cuando el último avión ha salido. O tal vez en el reflejo que la lluvia cayendo sobre el parabrisas dispara sobre una hoja blanca abajo, y en la hoja llueve y no, andá a saber, vos la vas mirando y esas gotas se deslizan hacia abajo (che noia, formalmente parlando, questo continuo scendere verso il basso, la gravità, la materia, la voglia di togliere peso, divenire antimateria) las gotas se aplastan y se hieren y se hacen pedazos, se hacen ríos, y lo más absurdo es que todo esto pasa ahí en la hoja, porque en el vidrio sólo queda una sombra tímida, y si algo real o al menos verosímil está pasando habrá que buscarlo en el papel, en la sombra del agua, en su reflejo (claro está, Platón bailaría su delirio bajo tierra). En el fondo tal vez nada de todo esto esté pasando - en el fondo podría ser como en la superficie - y sin embargo ese instante es el matiz de realidad más honesto que pueda concebir. La alucinación. Y el contexto, esa urgencia de explicarlo todo en base a lo que nos rodea, no será en sí la admisión de una carencia, precisamente de la carencia de una esencia? Todas estas preguntas tienen un – muy eficaz – efecto aniquilador. Y la conclusión se reduce a que “nadie sabe” o que “todo es una opinión” o habrá alguien en la platea gritando “¡Postmoderno!” (la keyword del vacío di cui sopra) e inevitablemente la conversación acabará en un silencio embarazoso, y alguien lo dilatará tosiendo justo en ese momento.